Como cada mañana ingiero cinco mililitros de arsénico, para lucir la tez perfecta, para encajar en este sistema de hipócritas, donde la libertad no existe para todos.
Mi género me convierte en un mero objeto de deseo, me ata a estereotipos y estándares y hace que me sienta rechazada por absolutamente toda la sociedad. Mis cuadros y textos denuncian la opresión que padezco, por el simple hecho de ser mujer. Siempre que escribo o coloreo el lienzo con suaves pinceladas, deseo e imagino un lugar donde no me se sienta reprimida, donde mi trabajo también sea alentado y reconocido como el de los varones.
Un leve olor a humo me detiene, entre los árboles una aglomeración de personas con antorchas se dirige de manera agresiva hacia mí. Miro a los lados, pero me bloqueo y no consigo huir. Cada vez bajan con más velocidad. Mientras sujetan las antorchas, dejan ir en coro:
- Marimacho, este mundo es de hombres, ¿pensabas quitarles el protagonismo con tus horribles y calumniosos textos?
- ¡Matadla! no nos deja ser libres.
Una horca atraviesa mi cuello y mi sangre se derrama por el húmedo suelo. Cada vez me cuesta más respirar, pero antes de dejar de hacerlo pido un deseo: Que estas gotas de sangre sean las últimas derramadas por no pertenecer al género opresor, por ser libre.